jueves, 1 de marzo de 2012

Relatos de Don Wayne XVIII

Una tragedia de cine

En los corrillos se duda y discute acerca de si la desgracia se ha debido a un hecho fortuito y desafortunado o ha podido tener su origen en la propia inexperiencia del trabajador (llevaba pocas semanas en el empleo).
(Acaloradas conversaciones. Vista del interior del juzgado con un funcionario meneando papeles.)





Una tragedia de cine (guión basado en hechos reales)

ESCENA I

Los sucesos narrados tienen lugar en la localidad de Villarcayo (Burgos). Es  domingo, un 20 de marzo de 1932.
(Plano general con vistas del caserío urbano y alrededores)


ESCENA II

En el Cine España, única sala cinematográfica de la villa, la sesión de las siete está muy concurrida. Esa tarde se proyecta la película muda “El Circo”, de Charles Chaplin.
(Toma de la fachada del edificio con cartelera)


ESCENA III

Haciendo cola ante la taquilla se encuentran multitud de personas, la mayor parte son niños y niñas.
(La cámara enfoca una fila de muchachos que hacen fila en la calle. No hay tránsito de vehículos.)


ESCENA IV

A poco de dar comienzo el pase, una especie de fogonazos comienzan a salir de la cabina de proyección.
(Primeros planos y planos medios. Los espectadores dejan de contemplar la pantalla, vuelven la vista hacia atrás. Por la ventanita del cuarto de proyección salen chispazos.)


ESCENA V

Un fuerte olor a humo plástico invade el interior del cine.
(El público arruga la nariz. Caras de extrañeza.)


ESCENA VI

El asustado público infantil  abandona la sala precipitadamente.
(Ambiente de agitación en la oscuridad. Gente que se pone de pie. Empujones entre las filas de butacas.)

ESCENA VII

Inmediatamente acude gente que se agolpa a las puertas del edificio.
(Al exterior del cine acuden los curiosos. Se mezclan con los que han escapado pitando y escuchan sus explicaciones.)


ESCENA VIII

Como suele ocurrir en estos casos, inicialmente se produce mucha confusión y bastante azoramiento.
(Ambiente de tumulto. Desde los portones, varias personas miran al interior del vestíbulo sin atreverse a intervenir. )


ESCENA IX

Los impulsos heroicos se malogran debido a la precipitación y el desconcierto.
(Tres o cuatro hombres amagan de entrar al cine. Son retenidos por otros o por sus mujeres. Llamada general a la cordura.)


ESCENA X

Al parecer, por causas no suficientemente aclaradas, la cinta de celuloide se ha inflamado causando la asfixia del operador del proyector.
(La taquillera y el acomodador, con gran excitación, hacen un relato de lo ocurrido.)


ESCENA XI

El infeliz empleado ha caído aturdido. Encerrado en la cabina, mientras llega auxilio, respira los mortíferos gases.
(Interior de la cabina de proyección anegada de un humo muy tóxico. Un hombre yace en el suelo.)


ESCENA XII

En la creencia errónea de que también ha logrado escapar del peligro, nadie acierta a acudir en su socorro.
(Barrido de cámara: vestíbulo, platea vacía y escalera de acceso se encuentran desiertos.)


ESCENA XIII

Cuando el lamentable descuido, imputable al desbarajuste inicial, quiere ser corregido, el inexperto operador ya ha fallecido.
(Un hombre se cubre la cara con el pañuelo que extrae del bolsillo y se decide a penetrar en el recinto.)


ESCENA XIV

La operación de rescate corre a cargo de un vecino de profesión electricista.
(El joven accede hasta la puerta del tambucho que derriba de un patadón. Una fumarada escapa por el hueco.)


ESCENA XV

Una vez rescatado es llevado a la calle donde se llevan a cabo denodados esfuerzos para realizar al desgraciado la respiración artificial.
(El valiente carga con el accidentado y lo arrastra hasta la calle. Una vez allí interviene un sujeto ataviado con abrigo y sombrero. Parece ser médico.)


ESCENA XVI

La asistencia médica se da de bruces con la fatalidad: el hombre ha sido sacado ya cadáver del camarote.
(Gestos de consternación entre los presentes.)


ESCENA XVII

La desgracia conmueve al municipio. Todos lamentan profundamente la pérdida de una persona tan joven, conocida y apreciada.
(Carreras. Tertulias en las que se comenta la noticia. Muecas de abatimiento e incredulidad.)


ESCENA XVIII

En los corrillos se duda y discute acerca de si la desgracia se ha debido a un hecho fortuito y desafortunado o ha podido tener su origen en la propia inexperiencia del trabajador (llevaba pocas semanas en el empleo).
(Acaloradas conversaciones. Vista del interior del juzgado con un funcionario meneando papeles.)


ESCENA XIX

En estos casos, ya se sabe, mejor no incurrir en aseveraciones temerarias o prematuras.
(El juez, con actitud severa, invita a la serenidad y a no emitir juicios o conclusiones precipitadas.)


ESCENA XX

Muchos otros lamentan que tan luctuoso accidente tuviese lugar en presencia de toda la chiquillería local. No son pocos los que barruntan posibles secuelas en las tiernas mentes infantiles.
(Interior de escuela. La maestra en el aula de niñas y un sacerdote en la de niños indagan acerca de lo que los impresionables infantes pudieron haber visto y como les ha podido afectar.)


ESCENA XXI

A las once de la mañana del lunes se celebra el entierro con asistencia de casi todo el pueblo. La manifestación de duelo es imponente, lo que corrobora la consternación y  dolor producidos por la trágica y temprana pérdida.
(Batir pausado de campanas. Interior del templo abarrotado de feligreses.)


ESCENA XXII

El querido trabajador, que hacía las funciones de guarda y proyeccionista, se llamaba Luis, contaba con 32 años y deja viuda y tres hijos.
(Plano americano: los miembros de la llorosa familia junto al altar.)


ESCENA XXIII

A las puertas de la iglesia Pepín “Pelamangos”, compadre y amigo del alma del muerto, comenta incrédulo que ¿cómo es posible?, que esa misma mañana habían andado juntos cazando conejos por los montes de La Tesla.
(Un puñado de amigos esperan a la puerta de la basílica. Uno, completamente descorazonado, se dirige a los demás.)


ESCENA XXIV

Con una palmada en el hombro, recibe consuelo de Rufino Gameiro. “Así es la vida”,  “quién lo iba a decir”, “ya ves tú las cosas que tiene el cine, un lugar en el que se  muere de mentira, en cambio a Luis le ha tocado morir de veras”.
(Palmadas en la espalda al afligido. Abrazos. Apretones de manos.)   


ESCENA XXV

Un rústico cajón de madera  de haya y la catarata de tierra helada derramada en paladas por el enterrador bastan para dar sepultura al inexperto técnico del Cine España.
(Tierra cayendo sobre la caja. Caras contritas.)


ESCENA XXVI

Finalizado el sepelio, en el mismo cementerio municipal, el señor alcalde, Don Eliseo Cuadrado, se dirige a los presentes para dar las gracias en nombre de la Empresa, del Ayuntamiento y de la familia del difunto. Explica que se cuenta con la hidalguía y grandeza de Villarcayo, gentes que no necesitan de otros estímulos que su propia generosidad, para dar cumplida respuesta a la suscripción en favor de la pobre viuda y de los tiernos niños, que en tan injusto día han perdido de manera trágica al esposo y al padre.
(Plano picado del entierro con el Sr. Alcalde apelando a la largueza de la multitud que asiste al acto funerario.)

EPÍLOGO

Ajenos a drama humano y a la tragedia familiar, los niños y niñas de Villarcayo derraman desconsoladas lágrimas. Sollozan por no haber podido presenciar como finalizaba la historia del  vagabundo metido a artista circense, enamorado de una acróbata. Sin operador y con la máquina completamente inutilizada, lamentan también la circunstancia de que durante una larga temporada se van a quedar sin su cine, sin sus películas, sin ese mágico entretenimiento. Y eso que la semana que viene iban a echar una de un diabólico chino llamado Fu Manchú.
(Salida de la escuela. Caras abatidas. El chavalerío contrariado se dispersa por la calle. Dos o tres caminan cabizbajos pegándole patadas a las piedras. Uno agarra la cartera y le zurra a un perro en mitad del espinazo. Otro deja escapar entre dientes una blasfemia aprendida de su padre, se agacha, coge un pedrusco y lo lanza con rabia contra una casa. El cristal cae hecho trizas…)



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