domingo, 1 de abril de 2012

Relatos de Don Wayne XXIV

La boca de Ava Gardner

"Mi insaciable curiosidad de niña me empujaba a aproximarme para contemplar embelesada la presencia arrasadora de Ava Garner, sentada en el graderío de una plaza de toros junto a un tipo de cara chupada."


                                         
24. La boca de Ava Gardner




Durante mi infancia hubo momentos en los que contaba con una sorprendente capacidad para captar ese fleco suelto de cualquier conversación entre adultos, el comentario vertido como al azar que, por su significado inasible para mí, se me quedaba grabado a fuego. Incubaba aquellas palabras cazadas al vuelo intuyendo que tras ellas latía un mensaje cifrado cuya comprensión, por el momento, quedaba fuera del alcance de mis inocentes entendederas. Era escuchar la frase e inmediatamente una semilla de inquietud quedaba depositada en mi inteligencia infantil, un germen de curiosidad que me instigaría a iniciar una larga y paciente peripecia en búsqueda de respuesta. Incapaz de olvidar, atesoraba cada observación entre el cúmulo de recuerdos, en la seguridad de que tan solo era una cuestión de tiempo dar con las claves que me permitirían desvelar el enigma.

Aquel día hizo mucho frío. Durante la mañana había nevado con fuerza. Como tantas otras tardes, tras la comida, y una vez finalizadas las faenas domésticas, mi madre y Elo, la vecina, combatían las horas de soledad haciéndose mutua compañía. Estaban sentadas en el sofá tapizado de eskay granate que envejecía arrinconado frente al televisor aquejado de gigantismo que presidía la vida en el cuarto de estar de nuestra casa. Mientras mi madre zurcía con puntada meticulosa los tomates que bostezaban en los calcetines de mi padre, Elo repasaba con interés las noticias que las revistas Ama y Lecturas brindaban, a modo de edificante entretenimiento, a las amas de casa de la época: con profusión fotográfica podía enterarse una de la vida y milagros de la familia Franco y toda la aristocracia patria, la celebración de bodas y bautizos en la corte de los Balduino en Bélgica, las anécdotas intrascendentes de la minúscula corte monegasca con Grace Kelly y Rainiero a la cabeza, el boato de los Reza Palevi en el trono persa, actores y actrices de Hollywood, franceses o italianos, cantantes, toreros…, curiosidades mundanas, en fin, el papel couché del momento. Yo las acompañaba desde la mesacamilla, ocupada en repeinar a mis muñecas o en vestir y desvestir incansablemente a las mariquitas recortables que compraba en el estanco.
—Mírala, aquí tienes a la Garner. Por lo visto ahora anda por España liada con un torero.
Eloina tendía la revista a mi madre con las páginas abiertas de par en par. Mi madre abandonaba un momento la labor y, apartando un momento las gafas, ojeaba sin demasiado interés aquellas fotografías. Mi insaciable curiosidad de niña me empujaba a aproximarme para contemplar embelesada la presencia arrasadora de Ava Garner, sentada en el graderío de una plaza de toros junto a un tipo de cara chupada.
—No hace tanto que la hemos visto en Mogambo.
—Hay que reconocer que es una “mujerona”, toda una belleza. Los hombres la acosan como las moscas a la miel. Con ese descaro, esa grupa poderosa, ese pecho exuberante, esa mirada felina y esa boca tan grande, es capaz de causar estragos entre los machos…
―Lo de las caderas poderosas, el pecho abundante y la mirada de pantera lo entiendo bien, hija mía, pero lo de la boca grande, no me digas… ¿Para qué puede querer una mujer una boca tan grande?
―¿Que para qué puede querer una mujer una boca tan grande? No me seas pánfila Eloína, échale un poco de imaginación, para qué la va a querer, para qué la va a querer…

 

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